Pensemos en una palabra: “corporativo”. ¿Qué imagen nos viene a la mente? Seguramente esté compuesta por hombres en traje y mujeres arregladas. Reuniones, grandes edificios llenos de cubículos donde el murmullo y el ruido de los teléfonos sonando son la banda sonora, y en las estaciones de agua el personal, café en mano, se reúne para arremeter contra el jefe o para hablar de lo bien que se lo pasaron el fin de semana. Hay que hacer, no decidir, todo viene de arriba; hay que ejecutar. Un ambiente rígido, con horarios de 9 a 5 en el que la vida pasa encorsetada, así como los nudos de las corbatas aprietan el cuello de quienes las llevan o los tacones hacen mella en los pies de quienes los usan.
Ahora pensemos en diseño. ¿Cuál es esa imagen? Casi seguro imaginaremos jóvenes desenfadados, un tanto modernos, con pantalones de pitillo, gafas de pasta y sobre todo personajes que no se acoplan demasiado bien a las reglas del juego. Espacios amplios, diáfanos… la típica mesa de ping pong, horarios flexibles, oficinas que parecen una sala de recreo con mesas grandes y puffs donde la gente se sienta cómoda y donde le da la gana. Hay que inspirarse, la creatividad no se consigue haciendo lo mismo y en este caos controlado la gente es un poco más libre.