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13 La erótica del proceso

  • Abre el Ojo
  • "Adult Content"
  • Número 08 - 31 de enero de 2017
Oscar Pozuelos Rodríguez
  • Oscar Pozuelos Rodríguez

Pensemos en una palabra: “corporativo”. ¿Qué imagen nos viene a la mente? Seguramente esté compuesta por hombres en traje y mujeres arregladas. Reuniones, grandes edificios llenos de cubículos donde el murmullo y el ruido de los teléfonos sonando son la banda sonora, y en las estaciones de agua el personal, café en mano, se reúne para arremeter contra el jefe o para hablar de lo bien que se lo pasaron el fin de semana. Hay que hacer, no decidir, todo viene de arriba; hay que ejecutar. Un ambiente rígido, con horarios de 9 a 5 en el que la vida pasa encorsetada, así como los nudos de las corbatas aprietan el cuello de quienes las llevan o los tacones hacen mella en los pies de quienes los usan.

Ahora pensemos en diseño. ¿Cuál es esa imagen? Casi seguro imaginaremos jóvenes desenfadados, un tanto modernos, con pantalones de pitillo, gafas de pasta y sobre todo personajes que no se acoplan demasiado bien a las reglas del juego. Espacios amplios, diáfanos… la típica mesa de ping pong, horarios flexibles, oficinas que parecen una sala de recreo con mesas grandes y puffs donde la gente se sienta cómoda y donde le da la gana. Hay que inspirarse, la creatividad no se consigue haciendo lo mismo y en este caos controlado la gente es un poco más libre.

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Si nos basamos en el cliché, está claro que estos dos mundos parecen antagónicos. Y aunque están obligados a entenderse, casi es mejor que la relación sea distante y que hablen solamente cuando sea necesario. “Estos creativos son la leche, pero son todos muy raros”. ¿Es esto del todo cierto? Desde hace ya algún tiempo, el mundo corporativo y empresarial ha recibido a la creatividad con los brazos abiertos; se ha dejado seducir y la culpa ha sido del proceso.

Volvamos un momento al mundo corporativo y su funcionamiento. Todo (o casi todo) está basado en los resultados. ¿Cuánto se ha vendido? ¿Cuántos clientes hemos captado? ¿Cuántos hemos fidelizado? ¿Sobre qué márgenes estamos trabajando? ¿Cuál ha sido el retorno de inversión? Las cifras son esa piedra angular que ayuda a tomar decisiones. Da igual el camino a seguir siempre que se puedan alcanzar los objetivos establecidos; en otras palabras, el fin justifica los medios y estos vienen en forma de porcentajes.

Bruce_Mau_2A finales de los noventa un diseñador canadiense llamado Bruce Mau escribió un manifiesto de 43 puntos (aunque según el, incompleto). En su Incomplete Manifesto for Growth (Manifiesto incompleto para el crecimiento), Mau defendía la idea de que el proceso creativo era mucho más enriquecedor que el resultado final, por lo tanto, un buen diseñador debería estar más preocupado por el proceso, ya que da lugar a equivocarse, a divagar, a tomarse una pausa y a “amar a tus experimentos como si fueran un hijo feo”.

En definitiva, a entender el diseño como un proceso de aprendizaje en sí mismo en el que el resultado es el reflejo de ese proceso. Y funcionó, el manifiesto corrió como la pólvora entre los creativos y el proceso nos sedujo.

Nos hizo ver todo ese camino al que muchas veces no prestábamos atención y cuestionó esa división entre “creativos” y “trajes” cuando los proyectos se gestionan de forma colaborativa para conseguir una verdadera innovación.

Una década antes Bryan Lawson también empezaba a analizar la manera en la que pensábamos los diseñadores. Su libro How Designers Think intentaba desmitificar el proceso creativo y lo presentaba como una manera de pensamiento y de solución de problemas ante el mundo empresarial. Se vendió como un libro orientado a negocios y finanzas más que como una publicación para diseñadores y esto también funcionó. El puente entre los creativos y el mundo corporativo estaba tendido.

Un guiño y dos revolcones más tarde se empieza a hablar de Design Thinking, o la manera en la que piensan los diseñadores y su manera de resolver problemas. Se trata de una metodología colaborativa que permite explorar distintos escenarios a través de una situación existente y un futuro posible, centrándose sobre todo en el proceso. El match perfecto entre el manifesto de Bruce Mau y la desmitificación del proceso creativo que se llevaba a cabo en el mundo económico.

“Emprendimiento” dijeron algunos, “innovación” dijeron otros y en 1991 David M. Kelley, un diseñador y profesor de la Universidad de Stanford, funda IDEO, una consultora de diseño que en sus propias palabras “genera un impacto positivo a través del diseño” y utiliza el Design Thinking como metodología.

A partir de aquí se abre la veda y comienza un nuevo romance. El mundo corporativo abraza a la creatividad como la nueva manera de innovar y de mirar hacia adelante. Universidades, escuelas de negocios y de diseño, campos de entrenamiento, talleres... todo el mundo se sumó a esta nueva manera de resolver problemas. Revistas tan importantes como Harvard Business Review en su artículo Design Thinking Comes of Age (algo que se podría traducir como El Design Thinking alcanza la madurez), defiende una cultura empresarial centrada en el diseño debido a que este enfoque “es en gran parte una respuesta a la creciente complejidad de la tecnología moderna y los negocios modernos”.

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¿Y a qué se debe este idilio? Pues en gran parte al proceso. El Design Thinking permite que todos los actores involucrados formen parte del mismo, ofreciendo una metodología colaborativa en la que se establecen objetivos comunes y se logra entender en profundidad tanto a la empresa como a sus usuarios. Se trata de un proceso en el que todo el mundo aporta ideas y donde el diseño pasa a ser parte fundamental del mismo. Es, en definitiva, una manera de pensar y de hacer.

En efecto, los diseñadores actuamos como facilitadores y, a través de la creatividad, somos capaces de conectar los puntos y llegar a soluciones efectivas que estén en consonancia con la visión de la empresa y con las necesidades de los usuarios para los que trabajamos. Lo hacemos sin perder todos los puntos de vista de los distintos actores involucrados, ya que son ellos los que nos indican el camino a seguir, aprendiendo de los errores sin tener miedo a cometerlos. Para los trabajadores corporativos ya no se trata solo de seguir los lineamientos que vienen de arriba, sino de formar parte del proceso y ser capaces de tomar decisiones para aportar soluciones de una forma creativa y diferente mano a mano con sus clientes. Como diría Bruce Mau en el último punto de su manifiesto: “POWER TO THE PEOPLE”.

Y así hemos llegado a este momento, donde los diseñadores nos vemos cada vez más como facilitadores de procesos mientras las empresas hablan de tener una cultura centrada en el diseño. Esta vez el diseño entró con fuerza en el mundo empresarial y ha llegado para quedarse.

Autor: Óscar Pozuelos

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