Cuando se planteó el tema de este número, me quedé en blanco, “diseño y censura”, y de qué escribo, si no me han censurado nunca… Pasaron las semanas, hasta que tuve una idea: preguntar a diseñadores y creativos si les habían censurado, ¿cómo fue?, ¿qué consecuencias tuvo?
04 El problema es que nadie quiere tener problemas
Pues mi gozo en un pozo, de la mayoría de diseñadores industriales con los que tengo confianza desde hace años y que ahora están trabajando con marcas internacionales, he recibido el silencio por respuesta o rascando un poco más, y tirando de la amistad que nos une, saqué estos dos testimonios: el primero de un amigo que ha preferido mantenerse en el anonimato: “… No puedo decirlo, creo que es censura… Estoy durmiendo la fama que tanto me costó ganarme… Cuando me jubile te cuento”, y por otro lado, el comentario de mi buen amigo Juanmi Juárez: “No somos tan transgresores como para que nos censuren. Como mucho los clientes nos acotan, porque diseñamos para un mercado que conocen”.

Álvaro Sobrino
Así que, encaminé mis pasos hacia los diseñadores gráficos, dirigiéndome al que nunca esquiva una cuestión: Álvaro Sobrino, editor de la revista Visual, con un testimonio muy interesante y clarificador, que reproduzco en su totalidad:
“En sentido estricto, no cabe hablar de censura en el diseño durante el proceso de creación, en la medida en que no puede argumentarse una libertad de opinión formal en algo que responde a objetivos de comunicación. La censura puede producirse después, cuando el diseño ya es público".
En mi carrera solo recuerdo un caso. Durante el primer congreso de Tipografía de Valencia. Comisariaba, junto con Álex Morcillo, una exposición de camisetas que estaría en el vestíbulo. Una de ellas contenía una leyenda que rezaba "¿Optima? Yo también la odio", refiriéndose a la tipografía. Al congreso asistía Hermann Zapf, el diseñador de la Optima. Su asistencia la sufragaba –lo mismo que casi todo el congreso– el dueño de la Fundación Bauer y representante de Linotype en España. Pretendió que aquella pieza desapareciera, incluso amenazó con ponerme una denuncia. Viendo que eso no funcionaba, me dijo: "No, mejor, o desaparece esa camiseta de la exposición o retiro toda la financiación del Congreso y os vais todos a casa". Claro, le dije que me parecía bien, pero que debían ser los organizadores del congreso quienes me dijeran que había que quitarla, no él. Ingenuamente pensé que no cederían… a los diez minutos vinieron ellos a decirme que la tenía que quitar.
O sea, en el proceso creativo puede que en el mundo del diseño no haya censura pura y dura, sino acotaciones, recomendaciones, pero se me quedaba corto.
Ahí andaba, contrariado al tener en la mente el comentario de mi amigo ‘garganta profunda’ y sin encontrar un rumbo al artículo, cuando a mi amigo Andrés Castaño, DJ y periodista cultural le daban la patada en una cabecera nacional por cuestionar a un músico que va de abierto de mente, pero mejor que lo cuente él de su propio puño.
AEO: ¿Te han censurado alguna vez?
AC: Sí. Digamos que en los medios siempre te cambian cosas. Generalmente los redactores jefes cambian los titulares, pero eso son minucias contra otras cosas. En mi caso fueron dos veces las que he tenido problemas de censura o sucedáneos.
AEO: ¿Cómo fue?
AC: La primera de las dos situaciones fue una censura de mi trabajo en la edición en papel. Sí apareció en la versión web, aunque Vocento NO paga los trabajos en web. Así que mi trabajo valió 0 euros.
Ocurrió en 2014. Como buen freelance, sugerí al redactor jefe de Cultura del periódico ABC entrevistar al músico Nacho Vegas por la publicación de su disco Resituación (Marxophone, 2014); su disco más político. Consideré que era una entrevista jugosa, y también creo que merecía tener un espacio en periódicos de otro corte político. En la letra del single mencionaba a un personaje que leía el ABC. El redactor jefe me dijo que había hablado con un subdirector, y para mi sorpresa, me dio el visto bueno. Y me dijo que adelante, que hiciera la entrevista. Me extrañó, porque el disco era muy crítico con la prensa, con los poderes y con las zonas de confort.
El día que entregué la entrevista faltaba el redactor jefe. La segunda de Cultura, al recibir el texto, me dijo que NO se publicaba en papel. Y claro, no cobré por ese trabajo.
La segunda situación fue en julio de este año. Me pidieron cubrir el concierto de Andrés Calamaro el viernes 1 de julio en el teatro Circo Price, dentro de la programación de los Veranos del Circo Price. Asistí al concierto y entregué a eso de la 1 de la madrugada mi texto a cierre. Al que dieron el visto bueno y salió publicado al día siguiente.
Valga decir que Andrés Calamaro es columnista de ABC y que ha escrito artículos de opinión muy polémicos por su crítica a la nueva izquierda y su defensa a ultranza de los toros. Al día siguiente, el jefe de Cultura me envió un WhatsApp diciéndome que siempre le gustan mis artículos, pero que ese de Calamaro no, que parecía que decía que era un facha. Yo le dije que esa era su interpretación, que en ningún momento le tildaba de nada. En todo caso de polemista. Le dije que valoraba siempre sus críticas constructivas, y que estaría atento a ciertas interpretaciones o posibles confusiones para más adelante. En la web NO apareció la crónica.
AEO: ¿Qué consecuencias tuvo?
AC: Fue fulminante, el lunes 4 de julio el jefe de Cultura me llamó por teléfono y me dijo que la historia sobre la crónica del concierto de Calamaro ha trascendido, que el director está muy enfadado y me espetó: “Ahora pasas a un perfil bajo. Dejas de escribir por un tiempo”. Todo lo que tenía pendiente de entregas cayó (cosas en ABC del Ocio de Cine y Música, y un artículo sobre un libro para el Cultural).
La realidad es que eso de que dejo de escribir por un tiempo es una farsa. A fecha de septiembre no creo que vuelvan a contactar conmigo. Así que directamente ha sido una rescisión fulminante. El coordinador de música de Cultura sabe que le cubría una amplia gama de registros y contaba siempre conmigo por mi carácter todoterreno y polifacético. Pero soy prescindible por explicitar ciertas cosas objetivas de un artista. Ni siquiera la crítica era grosera, maleducada, ni poco argumentada. La frase que quizás sentó tan mal fue una frase descriptiva pero interpretada de mala manera: “Pese a sus devaneos polémicos como columnista de opinión sobre política y tauromaquia, Calamaro sigue teniendo tirón”. Calamaro no está en su mejor momento artístico, verbalizaba y constataba que, pese a ser polemista, aún llenaba el teatro Circo Price. Tener voz propia a veces te cuesta que te echen de un sitio.
Aquello me espoleó para tirar de la manta de los amigos periodistas, encontrándome para mi asombro personas que no eludían el debate, y enseñándome la clave del asunto. Empecemos por Elisabeth Iborra, la cual esculpe sus recuerdos para dar alas al cojo:
“Hay muchas formas de censura que a veces es difícil denunciar como tal. No es lo mismo que te cambien el artículo, desde el titular hasta el último párrafo, afirmando lo contrario que tú habías querido transmitir objetivamente al lector, que dejarlo en la nevera durante meses hasta que se desactualiza y ¡oh, qué lástima, ya no lo podemos publicar!

Elisabeth Iborra
Me fui de una de las cabeceras más importantes de este país precisamente por lo primero, en la sección de política, y discutí con el director de una de las revistas nacionales más reputadas por congelarme sine die dos artículos que daban ideas sobre la desobediencia civil y el poder de las iniciativas ciudadanas sobre la sociedad.
También me he tenido que negar a encargos en los que me pedían que contara algo que yo sabía que era falso, porque soy la corresponsal en ese territorio concreto. Les he propuesto escribir lo que ocurría de verdad y entonces han preferido enviar a alguien desde la central para que se ciñera a las instrucciones sobre los preconceptos que querían transmitir. En los temas que yo toco, este tipo de censura no es por intereses publicitarios, sino una forma descarada de control social, manteniendo al ciudadano en la ignorancia, y para dirigir su voto".
El siguiente testimonio fue el de Josep Armengol (responsable de pruebas en medios de motor y tecnología, alphr), para marcar la senda que me permitiera salir de la encrucijada en la que me hallaba:
“Antes de nada: entiendo por ‘censura’ la corrección o condicionamiento de una obra por su contenido. Puede ser ética, política, personal o económica, entre otras. En medios que dependen de sus anunciantes más que de sus lectores siempre hay cierta censura, pues una crítica demasiado ácida de un producto de un anunciante puede tener consecuencias económicas obvias. Y eso es algo que a lo largo del tiempo se puede convertir en 'autocensura', es decir, que uno mismo evite alcanzar ese grado de crítica para evitar problemas posteriores. En mi caso particular, lo cierto es que, quitando cierta 'mano izquierda' en algún momento dado, no he sufrido de censura. Pero sí he sido honesto con el fabricante o distribuidor cuando me han dejado un producto “malo” (cosa cada vez más rara hoy día, pero ocurre), y en este caso la ‘censura’ ha sido, de común acuerdo, evitar la publicación de un mal reportaje. Y me parece justo que así sea, porque así das una segunda oportunidad a esa marca o producto para que mejore: si publicas un mal reportaje, les condenas de por vida.
También recuerdo en alguna ocasión la censura política de evitar publicar una noticia mala para una organización colaboradora (empresa organizadora de competiciones), algo que fue inútil, porque hoy en día las noticias corren y quien no las publica queda peor (como así ocurrió)”.
Autocensura, ni más ni menos. Ahí sí que me abrió los ojos de par en par, y me di cuenta de la clave de la cuestión, que me estaba limitando en la redacción del artículo, el problema es que nadie quiere problemas. Yo mismo me autocensuro a diario, incluso, mientras estoy escribiendo este texto, mi cerebro reptiliano me cuestiona si no estaré tocando las narices a potenciales clientes por tirar de la manta, pero qué quieres que te diga, soy más de pedir perdón que de pedir permiso. Así que seguimos adelante.
Ahora lo veía todo claro y a partir de ese momento, ya las preguntas se reducían a ¿te han censurado alguna vez?, ¿te has autocensurado? A la primera la respuesta era no, a la segunda la respuesta mayoritaria era sí, pero no me han dado el ok para publicar sus testimonios. En muchos casos era por miedo a perder el cliente. Se da tanto la autocensura que hacen a diario como el dar la cara en este artículo.
Así que volví a encaminar mis pasos hacia los diseñadores, a enviar decenas de messengers, pero solamente tuve cuatro respuestas, los demás o no las vieron o eludieron el debate. Por un lado, Jorge Molina de Mimbre Studio: “En nuestro caso quizás lo que más tenemos es autocensura, causada por el miedo a no acertar con las propuestas que realizamos a nuestros clientes. Así se quedan en el tintero propuestas que rompen un poco con la tendencia de las Marcas”. Por otro lado, la diseñadora de moda Yiyí Gutz, que ahora reconocerás por sus tronquitos: “¿censura? Nunca me han censurado y nunca me he autocensurado, ajaja, sorry, pero poca ayuda te puedo dar”. Por otro lado, el diseñador gráfico Juan Cardosa, que me respondía con un magnífico regalo, el collage sobre la censura que encabeza este artículo. Por último, otro amigo, que jamás esquiva el debate es el comisario Óscar Guayabero, el cual me decía: “¿Censura? Pues no recuerdo. Alguna vez me han pedido cambios, pero más por temas de comprensión del texto que por otra cosa”. Y ante mi insistencia a si se había autocensurado alguna vez, me contestó: “La verdad es que no. ¡Así me va! Jajaja. Es cierto que a veces he cambiado cosas de la primera idea, pero no por censura, sino porque no me parecía adecuado para el cliente en cuestión. Quiero decir que no las he cambiado para endulzarlas, sino para que fueran más efectivas”.

Juan Cradosa, Yiyí Gutz y Óscar Guayabero
Ha sido muy interesante ver en perspectiva a las personas que en agosto me contaron sus experiencias, hablando tanto de miniacotaciones, autocensura, como de irse antes de que las acoten. Todas, a la hora de la verdad, al pedirles en septiembre si me seguían dejando citarles o mencionar sus experiencias, aunque permanecieran en la sombra, me ha sorprendido su actitud, echándose para atrás, y diciendo que era una conversación personal o que no le veían valor o interés alguno. O el caso de una persona que me pidió leer los testimonios ya realizados, y a mi pregunta de si se estaba autocensurando, subir el tono y llegar al mosqueo con frases tipo “a mí no me conoce nadie, y no quiero que me conozcan”, en realidad a esta persona sí la conocen y tiene muchos clientes.
Y aquí llega mi humilde reflexión: ¡creativos, ¿cómo nos van a censurar si somos tan sumisos que ya nos autocensuramos?! Es decir, por un lado, como creativos, marketeros, comunicadores, somos parte de una rueda que promueve la persona hecha a sí misma, el líder, el artista, el diferente, el que tiene personalidad, el gran deportista que nadie se explica cómo ha salido y se ha hecho líder mundial… Pero todo se reduce a una ensoñación, a la zanahoria delante del burro para que solamente tenga ojos para ella y jamás se pare a mirarse a sí mismo.
En el fondo, estamos esculpidos por un sistema educativo que coarta nuestro talento y nos encomienda a mejorar los defectos, con el fin de normalizarnos, igualarnos, asumir que lo que no es normal es diferente y, si bien es un objetivo ser mejor que otra persona, no vaya a ser que despuntes de la media.
Los creativos vivimos de los clientes, de las marcas, de las empresas, las cuales la mayoría de las veces no quieren ser el Apple de los noventa, sino el del siglo XXI, cuando está socialmente aceptada por millones de seguidores. A la memoria me viene la conversación que tuve con un guionista bastante irreverente, que me dijo que no le habían censurado, pero luego todos sus productos de éxito están orientados al mercado español de multitarget, me encantaría saber de lo que sería capaz si le dejaran libertad real de creación. Pero creo que eso, mis ojos no lo verán.
Al final, lo que he aprendido con este artículo es que nos seguimos autolimitando, que los creativos, diseñadores, periodistas al depender de terceros nos autocensuramos por miedo al qué dirán, y sobre todo a perder el encargo. Si ya nos pulieron así de serie, con la crisis y cambio de era económica (digital), estamos más acongojados si cabe. Lo cual es un sinsentido, porque fomentamos lo contrario, es decir, en casa de herrero cuchillo de palo.
Si te fijas, el único que mira al dragón de frente es Álvaro Sobrino, que por muchas llamaradas que le escupa, él sigue ahí erre que erre, tanto que me atrevo a escribir que es una de sus señas de identidad profesional, dedicado a tirar de la manta. El resto de diseñadores y marketeros calla públicamente. Son los periodistas quien más abiertamente hablan de ello, y quizás Andrés, porque ya no espera que le llamen de ese medio de comunicación.
Creo que la censura existe, la llamarán “acotaciones”, pero en mi opinión es censura. Puede que cuando trabajas en el nuevo escenario de una marca, ellos conozcan un poquillo mejor lo que compran sus clientes, pero si te están llamando es porque quieren algo diferente, emocionarles de verdad, y si aplicas la metodología con la que diseñas, habrás estudiado muy bien a su cliente y recogido toda la información posible que te aporta o le extraes a tu cliente. La de proyectos que se han quedado en un cajón, porque la persona de la agencia de comunicación, marketing, o desarrollo de negocio no se atrevía a presentárselo a la marca, por puro desconocimiento de su cliente final, o por creer que así guardaba la ropa al nadar…
Las carreras profesionales de las personas que han dado su testimonio diciendo que ni les han censurado con alguna excepción o no se han autocensurado, hablan por sus éxitos, y por sus múltiples invitaciones a conferencias. Quizás la clave esté en elegir a tus clientes y decir no a un montón de potenciales cuya relación no llegaría a buen fin. Pero creo que los palos se los llevan los estudios de diseño gráfico que están empezando, aquellos que en caso de que caigan bien a una marca, conseguirán crecer y asentarse como marca, reescribiendo de nuevo su propia historia.
Lo que me deja a pie cambiado es el silencio autoimpuesto por decenas de diseñadores y creativos, prefiriendo autocensurarse una vez más. He aquí un problema muy serio como sociedad, si los perros de los pastores quieren ser ovejas, ¿cómo nos abrigaremos cuando vengan mal dadas? Puede que parte de la solución esté en el cambio de era económica, hacia lo digital, donde personas vetadas encuentran su camino al mercado haciendo algo totalmente diferente a lo establecido. Quizás, el modelo actual, de dar palos al pequeño que destaca, funcione para asegurarse de que el que lidere sea duro de verdad… Y no le importen los problemas que le pueda acarrear su actitud.
Autor: Gonzalo Osés