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05 Contra el silencio y la destrucción

  • Abre el Ojo
  • "Classified/Declassified"
  • Número 07 - 3 de noviembre de 2016
Pedro Medina
  • Pedro Medina

Llegados a este punto del número sobre la censura, podríamos preguntarnos por los modos y los medios para volver a dar voz a quien ha sido silenciado, dar visibilidad a lo que ha sido ocultado. Sin duda, la prensa ha tenido esta tarea y han sido muchas las medidas en función de circunstancias y contextos. No obstante, puestos a elegir un único soporte para difundir lo ocultado, pensemos cuál sería el mejor: ¿la televisión, un libro, una exposición, una manifestación, una ley…? Sin menoscabo de la combinación de varias, probablemente la mejor opción en este frenético mundo, recuperamos una pieza clásica aún en vigor que lucha específicamente contra la censura: The file room.

1 1994. Contra el silencio

thefileroom2Una década después de la imaginada distopía de George Orwell apareció la que es considerada una de las primeras obras de net.art, sabedora de que el horizonte distópico es una constante en la historia y la censura su prueba más evidente. Así lo sintió Antoni Muntadas cuando expuso por primera vez The file room, el trabajo producido originalmente por el centro artístico autogestionado Randolph Street Gallery de Chicago, obteniendo también el apoyo y aportaciones de otras organizaciones, colectivos e individuos. 8 monitores asomaban entre los muros de un gran archivo de lo que parecía un oscuro cubículo perdido en los sótanos de alguna siniestra institución gubernamental.

El contenido (casos de censura acaecidos a lo largo de diversos siglos) no se hallaba en los grandes cajones, sino en una web, lo que para 1994 era tremendamente novedoso; fue, en efecto, el primer contacto con Internet para muchos de los espectadores de la exposición.

Pensemos por un momento en la elección del medio: en aquel entonces popularmente se compartía la creencia en un espacio no controlado, es decir, más libre, donde se compartía una información a la que se podía tener acceso potencial desde cualquier lugar del mundo. Por tanto, esta creencia ya de por sí parece pertinente con el concepto de divulgar libremente casos que habían sido silenciados, aunque en aquel momento su difusión prácticamente se ciñese a la llevada a cabo en el espacio físico.

En efecto, la instalación fue concebida como una obra física y temporal con una base de datos permanente y ampliable en un ámbito digital, interactivo y multimedia. Todo ello en relación con la censura, especialmente la de orden artístico y cultural, con una escala mundial y abarcando desde casos históricos hasta los de más candente actualidad.

Como resume Roberta Bosco en el catálogo La conquista de la ubicuidad, exposición comisariada por José Luis Brea: “En The File Room, Muntadas materializa la gran utopía democrática de Internet creando un espacio liberado, donde, gracias a las contribuciones de los usuarios, es posible reconstruir una historia alternativa y paralela a la oficial”.

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Antoni Muntadas en el IED Madrid, 2009

2 Hoy y probablemente en los sucesivos mañanas...

Ha pasado el tiempo y este proyecto ha seguido evolucionando, aunque por desgracia -en lo que al contenido se refiere- sigue teniendo una gran vigencia. Una parte importante del mismo tiene que ver con el contrato de exposición de la obra: cada vez que es expuesta, se incluye en el fee una partida para la organización no gubernamental que mantiene la página web: la National Coalition Against Censorship (NCAC), lo que ha permitido la ampliación y actualización de este proyecto de denuncia. La consecuencia de esta colaboración es la evidente continuación del proyecto, pero también se debe destacar otra: con la generalización del uso de Internet, empezaron a llegar otros muchos casos de censura, ahora relativa a la producida en el propio ámbito de la Red; es decir, no solamente es una plataforma crítica, sino que se vuelve autorreflexiva sobre el propio medio utilizado.

Esto conlleva una consideración: si Internet fue inicialmente considerado como un lugar utópico de democratización de la información, la contribución de los usuarios crea otro relato que critica las mismas prácticas históricas en este supuesto contexto de libertad. Es pues una obra en proceso, de naturaleza colectiva y autorreflexiva, que desvela prácticas de control en Internet.

En efecto, formalmente es interesante –como reconoce David Casacuberta en Creación Colectiva. En Internet el creador es el público–, porque explota la naturaleza de Internet desde dos posiciones: en primer lugar temática, al hablar también de censura en Internet, y en segundo lugar metodológica, al usar una característica clave de este medio (la creación colectiva) para construir la obra, lo que es de una gran coherencia, tratándose del tema que aborda. Esto establece diferencias respecto a otros proyectos estrictamente políticos, como el caso en el que la organización de ciberderechos EFF (Electronic Frontier Foundation), que decidió enfrentarse a una ley de censura en Internet en Estados Unidos.

En definitiva, se trata de un proyecto que, en su ejecución, evolución y mantenimiento, comporta un espíritu colectivo y de inserción en un espacio público y social de diálogo, debate y aportaciones sucesivas.

3 Contra la destrucción

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Como epílogo y continuando el número anterior de Abre el Ojo, que enlaza en su conjunto con el tema que estamos tratando, recordamos el proyecto aún visitable en la Bienal de Venecia titulado A world of fragile parts, donde se propone el escaneado digital y reproducción tridimensional de las obras Patrimonio de la Humanidad para evitar su desaparición, recuperando ese carácter de conservación y divulgación con el que nacieron los museos en el siglo XVIII, que en muchos casos reproducían en otro material o escala el original, pero manteniendo la iconografía. Esto conduce a lo que Salvatore Settis definió como el “clásico de serie”.

Ejemplo de ello son las Salas de Calcos del Victoria & Albert Museum, inauguradas en 1873, que albergan copias a escala 1:1 de reproducciones en yeso de las más célebres esculturas y arquitecturas del mundo; de hecho, su fundador, Sir Henry Cole, consideraba la copia un instrumento de conocimiento a la mano de aquellos que no podían costearse los viajes que serían necesarios para conocer estas maravillas. Por ello, se creó en 1867 la Convención para promover universalmente la reproducción de obras de arte.

Pero al margen del carácter divulgador de la copia, debemos enfrentarnos a la destrucción voluntaria de obras de arte, esa otra forma de censura tan difundida a lo largo de los siglos que ahora podemos combatir con otros medios. En efecto, han sido, son y serán muchos los casos de damnatio memoriae, como bien podemos recordar en acontecimientos tan recientes como la salvaje aniquilación de maravillosas obras en Siria, por parte del DAESH, o la de los Budas de Bamyan, a manos de los talibanes. A ello se suma el riesgo de deterioro de muchas de estas obras, amenazadas por catástrofes naturales o el turismo de masa, lo que replantea medios y fines en la conservación de las obras al ir más allá de su mera documentación para facilitar su reconstrucción.

La defensa del patrimonio cultural ha transformado los escenarios culturales y genera un cambio en la escala de valores de un mundo que ha apreciado únicamente el original, para buscar como fin la copia, que siempre remite al mismo y que tradicionalmente no ha sido valorada.

Gillo Dorfles reivindicaba con motivo de Gillo Dorfles. Obra gráfica 1991-2016, su exposición-homenaje en el IED Madrid, cómo las versiones de obras maestras en otros materiales pueden dar un valor añadido a la réplica y crear nuevas posibilidades expresivas, apareciendo también un conocimiento o posibilidades que no eran tan evidentes en la obra original, llegando a convertirse incluso en una obra autónoma. En definitiva, ¿qué es auténtico hoy?, ¿quizás simplemente aquellas ilusiones que el mercado nos dice que son reales?

En el caso concreto del manifiesto propuesto en Venecia, la fidelidad está garantizada y ontológicamente sigue siendo una copia -cuestiones ya introducidas hace más de 10 años por la madrileña Factum-, para situarnos principalmente ante un acto de “responsabilidad creativa”. Así lo planteaba Fulvio Irace en Il Sole 24 ore el pasado 11 de septiembre: “La reproducción serial y digital de las obras maestras se ha convertido hoy en una necesidad para salvarlas de la calamidad, el terrorismo, el vandalismo”. Fruto de esta preocupación en 2014 se lanzó Scan the World, una comunidad global que archiva de forma digital artefactos culturales de todo el mundo.

A partir de aquí, muchas reflexiones: ¿qué merece la pena ser conservado?, ¿cómo deberíamos construir nuestra memoria colectiva?, ¿deberíamos limitarnos a monumentos o también “inmortalizar” situaciones sociales como los campos de refugiados, como plantea San Jacob Studio?, sin olvidar gestos de justicia poética, como el de Nora Al-Badri y Jan Nikolai Nelles, que han digitalizado de forma pirata el busto de Nefertiti en el Neues Museum de Berlín para devolverlo a su legítimo propietario: Egipto (#NefertitiHack)...

Todo es posibilidad. Habrá que asumirla desde la responsabilidad de una memoria compartida.

 

Autor: Pedro Medina

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