Hay todo un abanico de temas a través de los cuales cabría analizar el “lado oscuro de la música”. Podríamos hablar de canciones que hablan sobre crímenes o criminales. Aquí se podrían mencionar absolutamente todos los narco corridos, I Shoot the Sherif de Bob Marley, Jeremy de Pearl Jam, Hey Joe de Jimmy Hendrix, I don’t like Mondays de Boomtown Rats, The Lonesome Death of Hattie Carroll de Bob Dylan, Frances Farmer Will Have her Revenge on Seattle de Nirvana, Chikatilo de REO y un largo etcétera.
También podríamos hablar de la caza de brujas que tradicionalmente han sufrido algunas corrientes musicales: desde las graves consecuencias que sufrieron tres chicos por escuchar música heavy en Arkansas (caso conocido como el de los West Memphis Three, detallado en el impresionante documental Paradise Lost y sus dos secuelas) hasta los ataques que toreó como pudo Marilyn Manson por parte de aquellos que le acusaban de instigar la masacre de Columbine a través de sus composiciones.
Otro punto de vista consistiría en redactar los enfrentamientos entre los raperos de la Costa Este y la Costa Oeste estadounidense y sus enormes egos a mediados de los 90, que desembocaron en la muerte de Tupac Shakur y Notorious Big.
Pero, al final, dejaremos todo esto de lado y nos centraremos en dos hechos que sacudieron, para mal, el escenario musical.