Bienvenido al comienzo de este viaje. ¿Qué viaje? –te preguntarás. Todo proceso es una aventura, pero este es uno particularmente misterioso, lleno de esplendor en la superficie y de incógnitas en su interior: las crónicas del proceso creativo del inventor (creador) que no inventa (crea) nada.
Y lo es, porque tanto tú como yo somos víctimas de un remolino de elementos que no controlamos, que nos afectan de forma inconsciente y que nos hacen creer que somos algo que puede ser o no ser del todo real. Tanto tú como yo, estamos bajo una lupa sostenida por un ojo juez y verdugo de nuestras acciones al que no estamos siquiera conectados. Tanto tú como yo, somos pacientes de un psiquiátrico en el que quieren controlar nuestra locura, sin que tan siquiera nos demos cuenta.
Podría llamarte creador. Darte el papel de un Dios y otorgarte su poder de inventiva. Corroborar tu don para originar elementos inexistentes. Pero ¿quién sería yo, sino un Dios más poderoso que tú?, si lo hiciera. O podría denominarte “creativo”, comparándote a él, definiendo tus virtudes, pero equiparándote a otros que son igual que tú. Y aun así, la cuestión es: ¿lo eres realmente?