No hace falta pertenecer al mundo creativo para haber sentido alguna vez ese placentero cosquilleo heurístico que produce un gran momento de inspiración. Pero ¿de dónde surge esa energía que nos empuja a crear?
A lo largo de la historia se ha aceptado como respuesta la inspiración divina (a la que actualmente ya se le ha dado ubicación en nuestro cerebro en teorías como las de Penrose-Hameroff sobre la conciencia cuántica). Pero, muchas veces, la inspiración no consiste en impulsos y arrebatos que nos llegan por ciencia infusa, sino que proviene de la sugestión de otras ideas o de la alimentación de referentes que ya existen en la disciplina que nos compete, así como en otras que consideremos relacionadas. Y es aquí cuando, tras haber producido interminables ingestas de información, podemos caer en la despiadada trampa del subconsciente y dar por nuestro un “eureka” que no lo es.
Estamos rodeados en el campo de la música, el diseño, el arte y la moda de inexplicables parecidos razonables y ante los cuales todos nos hemos preguntado si habrán sido producto de una jugada involuntaria, de un indigno plagio consciente o del siempre bien recurrido homenaje.
¿Inspiración, plagio u homenaje? ¿Tú que opinas?
La inspiración no llega a los perezosos
(David Hockney)