Durante años el plagio ha sido el gran enemigo de los equipos creativos, de los diseñadores, de las empresas innovadoras. Hasta el extremo de que se convirtió en un tema tabú: que no tuvieras la mala suerte de que te plagiaran, pobre de ti, porque no solo te iba a perjudicar, porque te han robado tus geniales ideas, sino porque el resto de estudios de diseño te empezarían a dar palmaditas de ánimo como diciendo “venga chaval, que más se perdió en la guerra".
Recuerdo mi época de estudiante de Diseño Industrial y cómo protegía mis primeras ideas de la tesis, cual Golum protegiendo mi tesoro… El caso tuvo chicha: resultó que una compañera de clase planteó algo muy parecido unos días después de que yo lo hiciera. Lo tremendo fue cuando me enteré y el profesor, con bastante menos ego que el que suscribe y más experiencia, dijo: “aunque la base sea parecida, los resultados serán distintos”. ¡Menudo cabreó me pillé! Mi proyecto, mi anillo, ¡mi tesoro! Así que, pasé de competir con mi amiga y empecé un proyecto nuevo. Pasada casi una década, pido disculpas al profe y a mi amiga. Menuda pataleta…