Tras preguntarnos ¿para qué sirve la Expo?, la mirada puede dirigirse a muchos otros lados y la dirección más inmediata podría ser la propia ciudad de Milán, que precisamente ha sido tan importante para el mundo del diseño, la arquitectura, la literatura… ¿O es que ya nadie se acuerda de Dario Fo, Aldo Rossi, Giorgio Gaber, Luchino Visconti, Versace, Armani, Miuccia Prada…?
Y más ahora que han abierto varias fundaciones y espacios culturalmente atractivos, que se añaden a los reclamos turísticos habituales. Entre estos últimos, aconsejamos pasar a ver la Catedral. Si pasaste hace años, si llevas años viendo cómo la restauraban, ahora es el momento de descubrir cómo no está hecha de una piedra uniformemente blanca. La contaminación dotó al edificio con una pátina que homogeneizó la fachada, pero ahora que vuelve a su antiguo esplendor, tenemos otra y magnífica experiencia. Merece la pena enfrentar el recuerdo a la realidad.
Entre los espacios recién estrenados, dos han copado prensa y atención. Uno es el Museo de las Culturas (MUDEC), realizado por Chipperfield, que fascina con el cuerpo central interior, pero poco más; eso sí, para un diseñador de interiores es una cita ineludible, pues la muestra temporal sobre las exposiciones universales es un conjunto de despropósitos de dimensiones descomunales siempre a evitar: narrativamente escasa y confusa, con una cantidad de elementos accesorios totalmente prescindibles y, ¡por Dios!, que alguien les diga algo sobre esas “papiro-cartelas”. Y principalmente ha levantado mucha expectación la nueva sede milanesa de la Fundación Prada, a cargo de Rem Koolhaas, que plantea una rehabilitación que deja un poco perplejo, en parte por la desastrosa señalética, en parte por la configuración de los edificios, y a veces por la propia colección y su relación con el espacio (unión de todo esto es la cisterna con la pieza de Hirst en el centro, aunque aquí la confusión del espectador probablemente es buscada); no obstante, merece la pena la visita, sobre todo para ver el bar diseñado por Wes Anderson y el fabuloso montaje de Serial Classic donde sí que Koolhaas ofrece soluciones muy interesantes, tanto en la disposición de todos los elementos como en su gráfica, ofreciendo un recorrido lleno de posiciones y matices.

Serial Classic en la Fundación Prada. Cortesía: Fundación Prada
A estas novedades, bastante más por añadir, aunque entre las arquitectónicas, cabe destacar los dos nuevos edificios de Stefano Boeri cerca de la estación de Porta Garibaldi, y que comúnmente son conocidos como el Bosque vertical. Si vais de paso por la estación o estáis cerca por la noche mientras os tomáis una copa, salid un momento y contempladlos.
No tan reciente, pero probablemente desconocido para los nuevos visitantes a la ciudad, es imprescindible la visita al HangarBicocca, antigua fábrica de Pirelli que ofrece un espacio impresionante. En este caso para empezar con una interesante y divertida exposición de Damián Ortega, para luego quedar absolutamente fascinados ante el nuevo montaje de Double Bind de Juan Muñoz, incluso si se han visto los anteriores, donde el espectador se sitúa frente al legado póstumo del artista español de una forma sorprendente y tremendamente emocionante, fruto del logrado diálogo con este espacio que el diseño expositivo aprovecha magistralmente. Y sin olvidar las maravillosas instalaciones permanentes de Fausto Melotti y Anselm Kiefer, que son siempre una excusa más que suficiente para acercarse a este peculiar y espectacular centro de arte.
Y para terminar, hay que visitar la Triennale, esencialmente para comprobar por qué Germano Celant ha cobrado 750.000 € por sus comisariados para la Expo, ya que lo realizado en la misma no lo justificaba. Pues bien, hay que reconocer que Arts & Foods, al menos en sus dos primeras partes, es una gran exposición. Para empezar, la edad media a la que está dirigida sube considerablemente, sin por ello volverla elitista; al contrario, es una exposición divulgativa, pero en la que se descubren muchos y maravillosos elementos. Entre ellos, bastante cubismo checoslovaco, muy inédito por estos lares, varias cocinas realizadas a partir de los principios de las vanguardias históricas, y piezas más que notables de clásicos como Kounellis o menos conocidos como Jean Maneval. La segunda parte es menos interesante y se convierte en un muestrario prescindible, pero este diálogo entre los espacios y los elementos de la comida a través de la vanguardias artísticas ofrece un magnífico escenario donde jugar con la idea de “ritual cotidiano”. No justifica el sueldo de Celant, pero hace ver que ha intentado ganárselo.
Así que si queréis visitar la Expo, esperamos que nuestros consejos os sean de utilidad y, en cualquier caso, merece la pena pasarse por Milán.