Le Corbusier y Olivetti

Hay momentos que desencadenan la imaginación y hacen pensar en un futuro diferente. El encuentro de Adriano Olivetti y Le Corbusier reconstruido por Silvia Bodei, sin duda, es uno de ellos.

Hay momentos que desencadenan la imaginación y hacen pensar en un futuro diferente. El encuentro de Adriano Olivetti y Le Corbusier reconstruido por Silvia Bodei, sin duda, es uno de ellos.

Esta es una historia que nos remite al lejano 1960 cuando Adriano Olivetti pretendió construir una fábrica-laboratorio para calculadoras electrónicas. La empresa era ya sobradamente conocida, siendo desde los años veinte una de las referencias fundamentales del diseño industrial italiano junto con la FIAT, y por aquel entonces seguía inventando, teniendo como más recientes éxitos las máquinas de escribir y el primer ordenador a transistor, el Elea 9003, ideado por Mario Tchou y diseñado por Ettore Sottsass.

Ejemplo de innovación y producción, Olivetti quería dar un paso más con la construcción de esta fábrica y es por ello que llama a Le Corbusier, cita que pronto cobra la forma de un sueño, el de una oportunidad que nos hace pensar en lo que podría haberse convertido en el modelo de lugar de trabajo del futuro, conscientes de la iniciativa e innovación de Olivetti y del ingenio del arquitecto francés, quien podría monopolizar esta historia, sin embargo, lo que resulta especialmente revelador es precisamente su diálogo con Adriano Olivetti.

Sirvan estas palabras del empresario italiano para entender lo que aporta su punto de vista: "hemos querido también que la naturaleza acompañase la vida de la fábrica [...] Por tanto, la fábrica fue concebida a medida del hombre para que este encontrase en su ordenado puesto de trabajo un instrumento de redención y no un dispositivo de sufrimiento".

Pero por desgracia esta es una historia truncada por varios acontecimientos: el 27 de febrero de 1960, dos semanas después de haber hablado con Le Corbusier, Adriano Olivetti murió inesperadamente. Cuatro años después la General Electric, por entonces poseedora de la mayoría de acciones de la empresa italiana, decide suspender el proyecto, lo que hace ya muy difícil retomarlo, a pesar de que Le Corbusier, que morirá ahogado en las aguas de Cap-Martin en 1965, había publicado el proyecto en su Ouvre complète.

Aun así, por los datos que recoge Silvia Bodei, podemos imaginar esta Usine Verte como una verdadera fábrica de novedades, industriales y de prácticas de trabajo, incluso concepción del hombre moderno como trabajador. De estos documentos se desprende también cómo Le Corbusier -en la línea, por ejemplo, de gran parte de la arquitectura nórdica- imagina su modelo de fábrica integrado con el paisaje agrario, teniendo como punto de referencia los imponentes Alpes en el horizonte. Este modelo le sirve a Silvia Bodei para reflexionar, más allá de los modelos universalistas del Movimiento Moderno en Arquitectura, para recuperar la relación entre arquitectura y paisaje en la trayectoria del arquitecto francés, especialmente en relación con su viaje a Sudamérica en 1929 con motivo del proyecto del Plano Urbano de Río de Janeiro; reflexiones que, en realidad, podrían remontarse a su viaje a Oriente en 1911.

Pero a las consideraciones sobre urbanismo de Le Corbusier, resulta interesante añadir la concepción global de Olivetti, quien asociaba el urbanismo a temas de organización industrial [al respecto, es muy reveladora la muestra que organizó al Triennale de Milán con motivo del centenario del nacimiento de Adriano Olivetti: Costruire la città dell'uomo]. De ahí que este encuentro resulte especialmente revelador para plantear nuevas formas de relación entre sociedad industrial y arquitectura, un pensamiento integral que en el empresario italiano aparece íntimamente vinculado.

Es lo que le ha permitido hablar a Maurizio Giufrè de “utopía olivettiana”, forjada en su colaboración con otros creadores como Sottsass y basada en la emoción de los objetos, la que a la luz de estos documentos tiñe los fríos y universalistas criterios racionalistas para plantear un nuevo desarrollo de temas conocidos en Le Corbusier. En efecto, Silvia Bodei muestra cómo la “sociedad maquinista” necesita arquitectos capaces no solo de crear construcciones funcionales y estandardizadas, sino de “emocionar” con sus cualidades estéticas. No obstante, también se ha de tener en cuenta que estamos hablando de un lugar “donde reinan la ley de la Economía y el cálculo”, tal y como expresaba el Le Corbusier de 1925 en su Appel aux industriels, siendo Olivetti quien ya entonces recogió el reto y la enseñanza.

Esta asunción por parte del industrial italiano ya es palpable en su encargo de ampliación de la antigua fábrica a Figini e Pollini, con los que quiso participar -también frustradamente- Le Corbusier para la realización de la “fábrica de vidrio” de Olivetti. En efecto, también hubo una polémica por la reivindicación del francés de la paternidad de este proyecto y su crítica a la incongruente rigidez de los nuevos barrios previstos en el Plano Urbano de Ivrea.

Estos y otros acontecimientos, ideas y proyectos, como ese museo mundial de crecimiento ilimitado de Le Corbusier, el Mundaneum, surgen en estas páginas para especular sobre las posibles derivas de un encuentro que podría haber sido básico para la relación entre industria y vivir moderno, concibiendo esta Usine Vert, al igual que la  Ville Contemporaine, como un “organismo” que crece y se adapta a los ritmos de la producción como la ciudad a los de sus habitantes.

En este proyecto cobra forma pues aquello que Le Corbusier afirmara en Les trois établissements humains en 1945, quedando como manifiesto de un habitar más natural, sin dejar por ello de ser moderno: "La fábrica de los primeros cien años de la época maquinista, la Usine Noire, debe ser sustituida por la Usine Verte, que restablecerá en torno al trabajo las 'condiciones de naturaleza'. Sol, espacio, verde".

Silvia Bodei: Le Corbusier e Olivetti. La ‘Usine Verte’ per il Centro di calcolo elettronico, Quodlibet, 2014.

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