Recordamos la última visita que nos hizo el teórico del diseño para reflexionar sobre innovación y tendencias que puedan llevarnos hacia resultados más sostenibles.
Abre el Ojo: ¿El buen diseño puede cambiar el mundo?
Ezio Manzini: Somos conscientes de que el sistema puede cambiar, pero no hay nadie que lo pueda hacer por sí mismo. Aun así, cada diseñador tiene en su poder el reto y la posibilidad de cambiar las cosas, hoy más que nunca. El diseñador es básicamente aquel que sirve como vehículo entre los avances tecnológicos y las demandas que plantea la sociedad. Nos encontramos en un momento donde se precisan cambios, pero al mismo tiempo es difícil imaginar cómo y dónde queremos llegar.
El diseñador es un productor de ideas en todos los niveles, que da soluciones específicas pero significativas para hacer que las cosas sean diferentes. Debe actuar desde una responsabilidad no solo individual sino sobre todo social, desde una comunidad que pretenda ayudar a la sociedad a dialogar en una misma dirección y buscando soluciones adecuadas.
AEO: ¿Cuál es el balance de las políticas medioambientales?
EM: Partiendo de que soy un pobre diseñador, intentaré hacer un balance bajo una mirada muy diferente de la que daría, por ejemplo, un político. Creo que actualmente estamos muy atrasados en muchos aspectos. No obstante, los cambios acaecidos permiten que la situación actual avance hacia un futuro diferente y, a la vez, cercano. Como es habitual, cuando se produce una crisis se pueden generar nuevas cosas, que se han ido gestando previamente y que cuentan ya con los medios para construir el futuro.
Si nos paramos a analizar lo que está sucediendo, observamos que existe una inercia, una continuidad respecto al siglo pasado. Pero si vamos más allá, nos damos cuenta de que en esta sociedad tan compleja son muchos los factores, comportamientos y comunidades que están generando nuevas maneras de hacer las cosas. Hay que confiar en estas nuevas formas emergentes que llegarán a convertirse en las corrientes del futuro. Y dependerá, en cierta medida, de que cada uno de nosotros identifique cuál es la dirección correcta y el medio adecuado para llegar a ella.
AEO: ¿Se podría hablar de estéticas de la sostenibilidad?
EM: En mi opinión, la poética de la sostenibilidad es algo fundamental. Para ser un poco provocador, digo a veces que cuando se produzca ese gran cambio que esperamos, llegará más por razones estéticas que éticas. Esto significa que habrá cambios que servirán de foco de atención para que muchas personas se comporten de forma igual y avancen hacia una misma dirección. Por ello, la producción de una estética de la sostenibilidad no es solamente una opción sino más bien una necesidad.
Sin embargo, hablamos de una estética que no puede confundirse con un estilo. Es decir, en la estética de la sostenibilidad podemos encontrarnos, por ejemplo, desde construcciones de paja a otras más tecnológicas. Sería un error pensar en un único lenguaje estético basado en la sostenibilidad, porque caeríamos en la monotonía y en conceptos más teóricos.
Avanzar hacia un mundo sostenible significa avanzar hacia un mundo ecológico. Y ecología equivale a decir diversidad. No podemos pensar en algo sostenible que no sea ecológico, ni en algo ecológico que no cumpla los principios de la sostenibilidad. Por ello, la estética de la sostenibilidad es una estética de la diversidad orientada.
A modo de ejemplo, si nos remontamos a un siglo atrás, observamos cómo la modernidad ha creado una estética relacionada con la teoría de la velocidad, en función con el tiempo y vinculada con el medio ambiente, que se ha ido traduciendo en lenguajes estéticos muy diferentes pero con matices comunes.
La estética de la sostenibilidad es actualmente una estética que se centra en el componente principal de la diversidad. Trae consigo un nuevo tipo de globalización más diversificada y, por tanto, más vinculada a un factor local, sin caer en un localismo obtuso y egoísta, que desgraciadamente empieza a difundirse en Europa.
Es una estética con una vinculación diferente respecto a la ecología, para generar cambios sintéticos y no de estilo. Un ejemplo podría ser el Slow Food, que supuso una asociación que empezó a oponerse a esa relación existente entre los alimentos y la producción de los mismos, basada en la idea del “fast food”, en el concepto de la comida industrializada. El Slow Food ha recuperado una serie de técnicas de producción, heredadas del pasado, para proyectarlas hacia una realidad más contemporánea.
Aparte de este caso emblemático, se han llevado a cabo una serie de iniciativas que van desde el proceso de producción al propio consumo, para entender esa nueva relación entre la comida y la agricultura. En todas partes hay personas asiduas a comprar en los mercados, o directamente al productor, aquellas que tienen su propio huerto, que compran productos orgánicos o que tienen una estrecha relación con las granjas. Este grupo constituye una estética, una forma de ver esa relación entre las personas, los alimentos y la producción que conlleva, y que hace relación a un factor funcional.
Comemos alimentos orgánicos porque son más saludables y esto tiene connotaciones positivas actualmente, sin caer en una cuestión de tradición. Este concepto todavía radicado en el pasado, nos hace hablar de una estética que no está fundada en la calidad aparente de lo que hay en el plato, que no tiene nada que ver con el Food Design, sino con el modo de hacer y ver las cosas.
AEO: ¿Cree que el futuro del diseño pasa por el diseño de procesos más que por el diseño de productos?
EM: Opino que sí. Pero esto no significa que los productos tiendan a desaparecer. Seguirán existiendo diseñadores que harán producto; sin embargo, la capacidad de diseñar (que podríamos llamar “design thinking”), unida a la cultura, la sensibilidad y el análisis exhaustivo entendido como saber proyectual (“design knowledge”) que pertenecen al diseño tradicional, se han centrado durante bastante tiempo en un tipo de productos que venían fabricados de manera masiva en la industria, algo que se traduce actualmente en un estancamiento de la actividad.
Hay quien considera –y a mi parecer es así– que con el tiempo esta forma de pensar y esta sensibilidad operativa se podrán aplicar a cualquier tipo de sensibilidad humana. Seguirán existiendo fábricas que producirán en serie y personas que se ocupen de diseñar estos productos. Pero en torno a este concepto, se puede potenciar mucho más la capacidad del diseñador.
Un ejemplo que resume bien toda esta realidad es el tema de la movilidad. Hasta ahora la imagen del diseñador es aquel que diseña automóviles, bicicletas o autobuses. Pero la movilidad es entendida como un sistema que permite a los cuerpos y objetos moverse, no es solamente el automóvil, sino un completo sistema que permita avanzar hacia una movilidad sostenible, con una variedad en los transportes, adaptados a cada situación.
De esta manera, cada territorio o ciudad que se cuestione el problema de la movilidad, necesitará adaptarse a un plan de diseño específico. Teniendo en cuenta que el diseño de automóviles ha experimentado un descenso en paralelo a la disminución de las casas automovilísticas, nos encontraremos en una situación en donde hay que saber aplicar los conceptos de “design thinking” y “design knowledge” a la movilidad, para que cada ciudad y cada territorio con un problema específico requiera un plan de diseño adecuado a su demanda. Asimismo, este ejemplo de movilidad podría ser aplicado a cualquier otro campo, construyendo nuevos procesos.
Traducción: Elena Velasco.
Artículo publicado en el Nº 20 de la revista Abre el Ojo.