Hay que ser mucho más que la enésima promesa de redención del rock para anunciar en Madrid un concierto un lunes a finales de Agosto y que algunos compremos sin dudar la entrada con varios meses de antelación.
Hablamos de Fuzz, uno de tantos proyectos paralelos del genio Ty Segall, y si se me permite esta pequeña descripción para situar al profano, los describiría como una banda superlativa que combina lo mejor del rock psicodélico de la costa oeste con el hard rock más clásico. El resultado, no nos llevemos a engaños, es un sonido potente con aromas setenteros por sin sonar tan viejunos como otros grupos de este palo revival por ejemplo Kadavar.
La heterogénea convocatoria al evento la formábamos cinco integrantes: dos rockeras veteranas, un colega habitual en estos saraos, mi acompañante femenina y el que firma estas líneas. Media hora antes del comienzo previsto para los teloneros nos encontrábamos cerveza en mano en un bar frente a metro Tribunal mientras repasábamos nuestras vacaciones, sin conciertos que comentar por mi parte desgraciadamente. La banda protagonista tampoco estaba por la labor de ver a los teloneros ya que pasaron por allí, cosa que siempre (me) hace ilusión.
Después del refrigerio entramos a la sala But aka OchoyMedio mientras Siberian Wolves rascaban algo de nuestra atención por esto de hacer ruido y parecer la versión nacional de Royal Blood. Parecían interesantes, en serio. Otro día será.
Antes de estos breves minutos con la banda levantina, tuvimos que dar el penoso show en la puerta de presentarnos con entradas duplicadas. En primer lugar no nos faltaban entradas sino que nos sobraba una, de hecho se la regalamos a un yonqui, pero al comprobar las entradas, por esto de los correos electrónicos, passbooks y demás basura moderna se ve que intentamos pasar dos veces las mismas entradas y como que no. En la puerta llamaron al organizador del concierto que era el de Cuervo Store y bueno resulta que nos dejó pasar sin más, fiándose de nuestra cara de pardillos: un detallazo por su parte. Ya dentro, el yonqui se evaporó cómo no, encontramos las otras entradas y subimos a la taquilla de nuevo para que comprobaran que no les habíamos hecho el aguanís.
La asistencia podría ser unos tres cuartos de la sala, sin contar el piso superior, lo cual es bastante lleno pero te permite ir cerca del escenario a empujones o colándose entre concierto y concierto como hicimos con nuestras cervezas reglamentarias. Es más, incluso en la puerta los porteros no dejaron entrar a críos sin el DNI luego hay esperanza para el rock en este nuestro país si la juventud se mete este tipo de música en vena.
Bien situados cerca del escenario y además a mano para entrar al pogo si era menester esperamos la salida del grupo que fue puntual. En la visita anterior de Ty Segall Band, con aforo completo, músicos y público se tiraron del escenario y volaron vasos entre otras locuras por lo que quise ser algo prudente y no estar en primerísima fila con mi chica. Por su parte, las rockeras veteranas, siempre un paso por delante, huyeron a refugiarse detrás de la mesa de sonido.
Como se puede ver en la única foto que hicimos, la formación era a nuestra izquierda el guitarra melenudo que es un virtuoso, Ty Segall maquillado en el centro en la batería y en la derecha un bajo melenudo travestido.
La descarga sonora fue inmediata: ni se esperaba ni hubo descanso en una hora y cuarto de rock psicodélico de verdad que, en directo, es la máxima expresión de aquello que reflejan en estudio y que intenté torpemente definir en el primer párrafo.
Sobre el setlist poco puedo decir: atacaron canciones nuevas, ya que sacan disco en breve, que sonaron grandiosas pero no más que la muy coreada “What’s in my head?” y otras conocidas como “Hazemaze” y “This time I got a reason” por ejemplo.
A la segunda canción, mi amigo que andaba por allí avanzó unos metros y entró a zurrarse entre la marabunta y yo claro seguí sus pasos. A pesar de nuestra experiencia y envergadura, la juventud viene fuerte y era insistente en sus empujones, codazos e intentos de subirse tanto al escenario como a tu propia cabeza. Tuve que castigar algunas costillas y seguir el credo de Juan Solo “jugamos con los codos, abrimos hueco” para proteger mis gafas, móvil e incluso zapatillas. Liberada la adrenalina y recordando que tenía una chica sola en la jungla me retiré hacia la línea fronteriza entre el contacto físico y mover la cabeza. Por el camino casi piso a una chica menudita que andaba por los suelos: la verdad no sé qué pintaba ahí. Mi colega aguantó prácticamente en primera línea todo el concierto salvando a chicas y tirillas del suelo a la vez que azuzaba a otros más traviesos para tirarse del escenario cosa que él, más sabio, nunca hará. Reseñable la ceremonia previa a la batalla en la que se ató sus gafas a la nuca rollo pañuelo kamikaze.
Estaba aquello en su mitad avanzada cuando un vaso impactó en la cabeza de mi acompañante: además de mojarnos, siempre quiero creer que de birra, tuvimos que salir del meollo a ver si había sangre que no era el caso. No pueden decir lo mismo las víctimas de mordiscos del mismo concierto en Bilbao según nos informaron al día siguiente. Comprobado que en estos casos el vaso de plástico es mejor idea que el botellín de cristal aunque sepa peor, seguimos el final del concierto con las rockeras, tan tranquilas ellas, detrás de la mesa.
Por allí al fondo además de los teloneros haciendo vídeos del concierto, el técnico de sonido guiri estaba muy feliz de lo bien que sonaba aquello y ante tanta alegría estuve tentado de comprar el vinilo, pero no estaba lo suficientemente borracho. A lo lejos, los últimos empujones y saltos del escenario mientras la banda cerraba con una versión de los legendarios Grateful Dead. Los jóvenes risueños y sudados dejaron de luchar como animalitos y se retiraron a sus territorios.
Ya fuera, como vas con mujeres no puedes hacer lo que te pide el cuerpo que es o bien apretarte un whopper y a dormir o bien liarte de cervezas y arrepentirte al día siguiente. Es por esto que te dejas llevar a un sitio donde “picar algo”. En este caso, a un argentino enfrente de la sala Maravillas que nunca había visto, probablemente porque no ofertan alcohol. Nos atendieron decentemente, bien incluso: empanadas-pizza-dulcedeleche, no nos emocionemos tampoco. Al terminarla cena, feliz por lo visto y cada día más apreciando la ausencia de daños personales y materiales, hasta luego lucas.