Bob Dylan. Crónica de su concierto en Madrid

Por pudor, o respeto, quiero creer que si tuviera la muy improbable ocasión de acercarme al señor Bob Dylan  prevalecería mi sentido común antes que mi admiración por su figura y, en lugar de quedar en evidencia o ser golpeado por alguien de su séquito, sólo inclinaría la cabeza levemente a modo de saludo, como por cierto tuve ocasión de hacer en Barajas con Nick Cave el pasado mes de Mayo.

Pese a considerarme un verdadero dylanita, vaya palabrita, tanto como para comprarme este tocho de más de mil páginas, y pese a las múltiples ocasiones de verle en directo que nos proporciona su Never Ending Tour que lleva de gira ininterrumpida ¡27 años! , sólo he asistido a dos de sus conciertos.

Del último de ellos en el FIB ya hace tres años y además es casi anecdótico porque ni mis acompañantes ni yo estábamos muy “centrados” (…) Apenas recuerdo en la lejanía un “sombrero blanco parlante” y a unas jovencitas de escueta indumentaria preguntando, mitad en broma mitad en serio, por el nombre de aquel septuagenario que estaba en el escenario.

La primera experiencia fue sin embargo un buen concierto en Valladolid, con Bunbury y Nacho Vegas visibles entre el público, más o menos a la misma hora que la Italia de Cannavaro ganaba la final del mundial de fútbol ante la Francia de Zidane.

A estas alturas cualquier aficionado debería saber que sus conciertos NO son lo que uno podría esperar de un dinosaurio del rock esto es, entradas carísimas, espectáculo de luz y sonido y repaso de sus éxitos con guiños al público: salvo lo de las entradas caras que sí se mantiene, Dylan cuenta con un discreto escenario con cuatro luces y poco más, rehúye generalmente sus numerosos hits y en caso de hacerlo, los temas elegidos son ejecutados mayormente del modo más irreconocible posible.  Sabido esto, salvo Victor Lenore que está últimamente en modo haters gonna hate, nadie debería sorprenderse ni del setlist que está repitiendo por toda Europa, ni del modo en que lo presenta.

Entrando ya en materia, este lunes pasado, vaya día para un concierto, quedé con mi acompañante, menos dylanita que un servidor, un par de horas antes del show como es habitual para charlar de lo divino y de lo humano mientras nos vitaminamos adecuadamente. En los alrededores del Palacio de los Deportes, bajo un calor sofocante, podías fácilmente ver muchas camisetas de Dylan especialmente un modelo que venden en Cortefiel, creo.

Diez minutos antes de la hora prevista por la organización, lo bueno de los asientos numerados es que puedes apurar, asomamos la cabeza por el recinto para comprobar como andaba aquello. Lo primero que vimos, los precios ridículamente elevados del merchandising, no daban opción a una compra estúpida.

No me encontré a ningún exministro socialista marchoso por allí pero sí a Julian Ruiz, que vestía una camisa imposible y al que dije que me gustaban más sus artículos de fútbol que los de música: pareció hacerle gracia.

Agarramos un par de litros de cerveza en el puesto de Telepizza, y con una atmósfera en los pasillos del pabellón impregnada del olor a perrito caliente cortesía del puesto de Oscar Mayer, pasamos a las gradas, bueno a la barandilla previa a las mismas.

Nos encontramos  que estaban acabando su actuación los teloneros, la veterana banda californiana Los Lobos. Nunca adivinaréis qué única canción les “vimos” tocar. Estábamos bajo un pequeño techo y el sonido llegaba bien pero algo bajito; se intuía que eran buenos instrumentistas pero como estuvimos sólo unos minutos y tampoco prestamos mucha atención a los chicanos, a decir verdad, no puedo emitir una opinión.

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Los del fondo deben ser Los Lobos.

 

Unos minutos de intervalo y salió Bob Dylan: como ya he dicho uno es muy fan y siempre me da un pequeño escalofrío en esos instantes, pese a estar mucho más lejos que en Valladolid donde me acerqué a las primeras filas para ver mejor su bigotillo.

Fue pisar el escenario el figura y la gente devotamente se puso en pie, aplaudió, sacó móviles y cámaras a pasear... hasta que los numerosísimos jovencitos de la organización prohibieron sacar fotos. De paso nos enviaron a nuestros asientos sin remisión.

Sonó en primer lugar la oscarizada “Times have changed” a su rollo por supuesto no vaya a ser que la gente la reconozca y sin pausa ni saludos chorras llegó el siguiente tema “She belongs to me”, un clásico, también ejecutado en plan marcianada.

Para entonces ya habíamos subido las cuatro plantas que nos separaban de nuestros sitios. Había mucha gente allí arriba pero encontramos algunos huecos y en el penúltimo acto de rebeldía de la noche nos sentamos a nuestra bola pasando de los acomodadores, ligeramente escorados a la izquierda de un escenario que, creo yo, quedaba excesivamente lejos para los 60 trompos que costaba aquello. Con las pantallas apagadas, también por orden de la omnipresente organización, no se veía mucho y traté de hacer una foto con zoom por si salía su careto pero fui reprendido como era de esperar.

Estaba a punto de quejarme de cara a la galería, y eso que iba gratis, pero entonces comprobé que el sonido allí  arriba era espectacularmente nítido, mucho mejor que el que habíamos percibido abajo. Al fin y al cabo en un concierto considero que, dado el caso, es aceptable poder escucharlo bien aunque veas poca cosa por lo que sencillamente me senté a disfrutar.

Tan cierto es que allí sentado apenas veía a un monigote frente a un micro y unas manchas detrás como que, no sé si gracias a una mesa de sonido que parecía sacada de la NASA, podía distinguir perfectamente todos los matices de la voz y los instrumentos.

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El del medio, con las piernas abiertas, debe ser Dylan.

 

Encargamos dos cervezas más a un “cazafantasmas”, gran labor social la suya, que pasaba por allí y nos metimos de lleno en el concierto de una santa vez: se gustó Dylan en la juguetona “Duquesne Whistle” y subió la apuesta con la tremenda “Pay in Blood”. Seguiría otro clásico como “Tangled up in blue” y por último antes de la pausa atacaría la versión de Sinatra “Full moon and empty arms”.

Es una pena que el anciano requiera de este parón porque su voz estaba en el mejor momento del concierto y en mi caso, en el mejor momento que le haya visto incluyendo las dos anteriores ocasiones que nos cruzamos. Dylan demostró anoche que sabe cantar, supongo que no opinará igual aquel al que le gusten los gorgoritos rollo OT,  y el resto de la banda funcionó perfectamente a su servicio, no en vano además de sus contrastadas calidad y experiencia, es un repertorio repetido.

Bajamos a echar un cigarro y por supuesto nada de sacar la cerveza a la calle que los de la organización, otra vez, se enfadan. Como tampoco nos íbamos a separar de nuestros vasos con ese precio más propio del caviar iraní que de una bebida hecha con cebada, esperé dentro con nuestros dos litros mientras mi acompañante echaba fuera unas caladas.

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Precios populares en Telepizza.

La gente parecía feliz en este entreacto y, aunque hay quién dice que muchos van sólo a estos saraos por postureo otros vamos porque nos encanta este hombre y pasamos por alto sus rarezas que no son pocas como veis.

Fuimos arriba de nuevo y en esta segunda parte podemos decir que se mantuvo más o menos el buen nivel con “High water (for Charlie Patton)” y “Simply twist of fate” y después se dejó un poco llevar en los siguientes temas hasta remontar finalmente con dos temas del álbum “Tempest”, que grabó hace sólo tres años pero parece un clásico de hace varias décadas, la magnífica “Soon after midnight” y la no menos emocionante “Long and wasted years”.

Por último antes de los bises, “Autumn leaves”, de nuevo eligiendo una versión para cerrar como vacilando a la peña que espera canciones conocidas,  y sin mucha demora los dos últimos temas que fueron muy coreados por el respetable pero no me convencieron: “Blowin´ in the wind” porque siempre me sonará a parroquia incluso deconstruida como anoche y “Love sick” porque el abuelo estaba ya sin gasolina en mi opinión y la soltó de cualquier manera.

Sin más ceremonias, sabiendo que no cabía esperar temas extras o saludos al respetable, salimos por patas hacia el atestado metro y en Sol hicimos una escala técnica para comernos un Big Mac porque el Burger King estaba cerrado, hecho este muy relevante.

Allí, con la última cerveza en la mano rodeados de guiris y jovencitos, pudimos repasar brevemente nuestras sensaciones ante un concierto que si bien no tiene nada que ver con lo que ocurrió hace cuatro años en el mismo recinto, creo que merece una nota más cerca del notable que del aprobado y para los fans de Madrid es una cita ineludible.

Hasta la próxima.

Entiendo que por las fotos aportadas puede sospecharse que en lugar de a Dylan estuve viendo a Zapato Veloz o a los Sabandeños por lo que añado a modo de epílogo una prueba gráfica de mi presencia allí.

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